Ni inmunes ni perfectos: entender la mente no nos libra de ella.

Estudiar la mente humana no significa poder resolverlo todo a la perfección y sentirse siempre en equilibrio. Significa, más bien, estar comprometida con el intento constante de comprender la mente humana (incluida la propia) y de acompañar ese proceso con humildad. Quienes dedicamos tiempo a entender el sufrimiento, el comportamiento o las emociones, no somos inmunes a ellos. La teoría no nos vacuna contra la vulnerabilidad; al contrario, suele hacernos más conscientes de ella.

Tanta psicología y no se aplicármela. Así es. El conocimiento psicológico no borra la biología. Nuestro cerebro sigue siendo un órgano humano: con sus sesgos, su memoria emocional, sus circuitos de recompensa y estrés, su amígdala que se activa antes que la razón. Podemos entender los mecanismos del malestar y aun así sentirlo. Podemos conocer los pasos para regular una emoción y, sin embargo, no lograr hacerlo en todos los momentos.

La coherencia no es perfección, sino un diálogo constante entre lo que sabemos y lo que vivimos. Aprender psicología es también un acto de autoconocimiento imperfecto: exploramos teorías porque buscamos herramientas, no porque las tengamos todas. Y cada dificultad personal no invalida lo aprendido; lo enriquece. Nos recuerda que la salud mental no es un destino al que se llega, sino un equilibrio dinámico entre nuestras redes neuronales, nuestro entorno y nuestras experiencias emocionales.

Así que no, no es hipocresía. Es humanidad. Es reconocer que incluso sabiendo cómo funciona la mente, no nos libramos de la nuestra. Y que el valor de estudiar psicología no está en tener siempre la respuesta correcta, sino en seguir buscando cómo construir, junto a otros, una vida más plena, incluso cuando la nuestra tambalea.

Sí, estudio psicología. No, no tengo todo resuelto. Pero sí aporto los pequeños granitos de arena y de luz que voy rescatando con cada tropiezo que tengo y con cada uno de mis estudios.