top of page

Esperar, desear, proyectar… también es parte de lo que somos.

Vivimos en una época en la que se repite con insistencia la idea de que “para ser felices no hay que tener expectativas”. Que la clave está en fluir con la vida, aceptar lo que llega y no esperar nada de nadie. Esta visión, aunque bienintencionada y liberadora en apariencia, puede volverse en ocasiones una forma sutil de negación de nuestra naturaleza más humana.


Porque esperar, desear, proyectar… también es parte de lo que somos.

Desde una mirada biológica, el cerebro humano está diseñado para anticipar. Nuestro sistema dopaminérgico —la red de neuronas que nos motiva, nos empuja, nos entusiasma— se activa precisamente ante la expectativa de una recompensa. No ante la recompensa en sí, sino ante la posibilidad de que algo valioso ocurra. Es esa anticipación la que nos hace levantarnos, crear, amar, insistir. En otras palabras: sin expectativas, no habría movimiento.


El problema no son las expectativas en sí, sino la rigidez con que las sostenemos. Cuando una expectativa se convierte en exigencia o en única vía posible hacia la satisfacción, sufrimos. Pero cuando reconocemos que tenemos expectativas —porque somos humanos— y las tratamos con consciencia, sin negarlas ni idealizarlas, entonces se transforman en brújulas. Nos orientan, sin esclavizarnos.


La espiritualidad contemporánea muchas veces invita a “fluir con la vida”. Y fluir, en su sentido más profundo, no es resignarse ni desconectarse del deseo. Es moverse con la corriente sin dejar de remar. Es permitir que la vida nos sorprenda, sí, pero desde una dirección que elegimos conscientemente. Fluir no excluye las expectativas; las integra en un proceso más amplio donde el control se suaviza, pero no se pierde el propósito.


Esperar algo de nuestra pareja, de nuestros amigos, de nuestro trabajo o de nosotros mismos es natural. Es un reflejo de nuestros valores y necesidades. Lo que importa es que esas expectativas sean coherentes y flexibles, que nazcan de la autenticidad y no del miedo.


Cuando comprendemos esto, podemos convivir con la paradoja: tener expectativas y, al mismo tiempo, soltar el resultado.


La felicidad no consiste en no esperar nada, sino en aprender a esperar con apertura. En entender que toda expectativa lleva dentro un deseo de conexión, de sentido, de crecimiento. Y que cuando la vida no responde exactamente como imaginábamos, aún podemos fluir. No porque no nos importe, sino porque sabemos que todo lo que llega también nos enseña algo sobre quiénes somos.

 
 
 

2 comentarios


Me encanta leerte y aprender siempre algo nuevo e interesante!!!

Además me ayuda a conocerme a entender y consigo aceptar , me hace más feliz más atento para disfrutar la vida plenamente.

Gracias Cris, encantado de seguir tus publicaciones!!!

Me gusta
Contestando a

Muchas gracias :) 🩵

Me gusta
bottom of page